Habrá quien piense lo contrario y —por supuesto— está en todo su derecho, pero el tiempo le ha hecho daño a la obra artística de Shakira. Aprovechando su gira mundial que hoy pasa por Bogotá, tomo su caso para dejar servida otra de las diferencias que en mi opinión existe entre los artistas (con probadas excepciones) y la inteligencia artificial. Puntualmente: la máquina y sus algoritmos invisibles tienden a mejorar sus resultados y productos con el tiempo. Esa es su razón de ser y su ética impenetrable: mejorar. Aunque se trate de una tecnología falible, la búsqueda de sus operadores y creadores es que cada vez se perfeccione más. Y avance hacia adelante, cuanto más rápido mejor. Así como sucedió en las primeras partidas de ajedrez o de Go en los que era derrotada, la máquina terminó por aprender de sus errores y vencer —sin apuro— a su contraparte humana. El artificio funciona de forma sencilla, con el tiempo se hace más efectivo y más creíble: logra una mejor imitación de lo humano. En cambio, para el caso del artista el tiempo parece operar de formas misteriosas. Muchas veces sus errores —derivados de sus experiencias profesionales— parecen balas de salva que le dejan, a lo sumo, un moretón violáceo. Pronto son olvidados y se pierde de esa manera su dimensión práctica. Recuerdo alguna vez oír a un gurú hindú pedir a sus seguidores que se empeñaran en cometer errores nuevos, pero jamás reincidir en los viejos. He visto con mis propios ojos artistas que insisten en caer en el mismo agujero, una y otra vez, sin que puedan hacer mucho para impedirlo. Un Sísifo voluntario. Quizás dicha terquedad se trata de un mecanismo que en potencia desencadena algún tipo de chispazo que podría abrir la puerta de una creación rotunda. Ciertas veces este tipo de caprichos salen bien y rozan con la genialidad. Ciertas veces salen muy mal.
En otras palabras y a diferencia de la inteligencia artificial, el tiempo no hace mejor a los artistas por el solo hecho de transcurrir. Es más, algunas veces los daña o los menoscaba. Para la muestra está Shakira, la cantante colombiana, a quien no dudo en ubicar entre el panteón de celebridades artísticas del país, junto a Gabo o Botero. Como dije, otros tendrán otra opinión, pero para mí resulta —en numerosos sentidos— considerablemente mejor la obra de la cantante de hace veinte o veinticinco años. Mucho mejor a sus recientes éxitos, aburridos, predecibles y perecederos. Basta revisar los primeros álbumes para notar el talento inusitado y descrestante de la barranquillera y de sus composiciones: la poética casual de sus letras y los sonidos y ritmos —los riesgos— que la acompañaban: su universo creativo que sin duda la llevó a ocupar el lugar como estrella mundial. (Esta es una de mis canciones favoritas de esa época). Por esto sostengo que la capacidad artística de Shakira envejeció mal al dejarse llevar por el otro infame algoritmo de la industria: la tendencia. Ese que hace que gran parte de la música ahora suene igual o muy parecida. Envejeció mal también su sensibilidad y conciencia artística, lo que, posiblemente, restringirá su legado en el tiempo a sus primeras creaciones. En esto creo no equivocarme. Shakira se alejó de lo humano y ese fue su mayor error. Irónicamente al seguir una lógica de inteligencia artificial terminó por perjudicarse.
Volviendo al tema recurrente de este blog, no se podría concluir que la Shakira (la del comienzo y la de ahora) podría ser o no reemplazada por una inteligencia artificial, sino, más bien, su caso es útil para reiterar lo dicho en otras ocasiones. Shakira está a salvo (o al menos parte de su obra). Aunque la música es un arte muy susceptible de ser impostado por la máquina por su notoria cercanía a la matemática y el algoritmo, tal y como lo concluye el matemático de Oxford Marcus Du Sautoy en su magnífico libro The creativity code, muchos músicos no serán reemplazados o relegados, siempre y cuando persistan en evitar la algoritmización de sus creaciones. Como dije en otras oportunidades, el factor humano hace improbable una sustitución absoluta de la formula de funcionamiento de la inteligencia artificial sobre la praxis y el pensamiento artísticos. Lo humano nos salva, mientras la maquina —sin querer—- nos purifica.
Para no ir más lejos, sería inconcebible programar una máquina para que constantemente se lastimara y pusiera zancadilla a sí misma. Es decir que no tomara al tiempo como una ventaja, sino como un distractor. Un comportamiento más que usual entre muchos artistas que, como dije, pueden derivar de esa conducta errática y antimaquinal algún tipo de poder místico de creación. El músico maldito, el pintor maldito, el poeta maldito, etc. Puede ser que el algoritmo que guía la creación artística humana sea defectuoso y de mala calidad. O más bien que su virtud radica en que a partir de esas terquedades y esos errores repetidos se nutra el insospechado proceso mental que resulta en una obra artística. Dicha incapacidad de aprender de los errores podría ser la manera en que el ser humano se ilumina mientras cae por el precipicio. Todo lo contrario al algoritmo que solo ve a través de tentáculos de perfeccionamiento y productividad. En eso consiste su principal debilidad: su urgencia de perfeccionamiento, la cual lo llevará a al artificialidad sobresaliente y de paso lo alejará de su principal persecución y objeto de deseo: la emulación de la naturaleza humana. Por lo pronto, a los artistas —así suene mal e inconveniente— les queda una moraleja sospechosa: seguir cometiendo los mismos errores. Defenderse de la lógica maquinal con su propia arbitrariedad.; tan afilada y presente. De su lado a Shakira le correspondería echar para atrás. Retroceder para volver a encontrarse con su personalidad pretérita. Aunque mucho me temo que eso jamás sucederá. Hoy las viejas canciones serán las que más emocionarán.

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