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CREADORES & EQUIPO

ecksuno

artista urbano

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Corrían los últimos años del siglo veinte. Colombia parecía más cerca del mundo pero cada vez más lejos de sí misma. Mientras las oportunidades de los jovenes para ser diferentes escaseaban, Ecks -apenas saliendo de sus años de infancia- descubrió una fascinación que marcaría y transfiguraría su vida. Su madre una curtida traductora del inglés al español, le enseñó, siendo un niño, el idioma que -de repente- le permitiría explorar un camino desconocido. A través de las portadas de álbumes de rap y de revistas especializadas, que venían de Estados Unidos, ingresó al mundo del grafiti: una curiosidad visual, impactante y orgánica que le fijaría un rumbo creador y obsesivo en los años venideros.

Para el artista, encontrarse inmerso en el laberinto inexorable que es el grafiti, lo llevó a la decisión inaplazable de salir a las calles bogotanas a pintar, sin importar las consecuencias. Lo que lo convertiría (con el tiempo y las noches) en un umbral, un lugar de paso y encuentro, para varias  generaciones de artistas grafiti del país. 

 

Ecks es un tipo de pocas palabras y gestos contenidos. Un artista innato, que se sublima por completo cuando una lata de spray o una tornamesa (también resultó ser un habilidoso D.J.) llega a sus manos. La inquietud del maestro lo define y lo impulsa. La ciudad jamas escapa de su mirada y la herencia clásica de las firmas (tags) como organismo original de la pintura callejera han marcado, desde siempre y para siempre, sus creaciones; ya sea en una pieza de wild style en un caño de Bogotá, alguno de sus lienzos rebosantes de grafiti o los detalles precisos del trigo encendido en un mural gigantesco en el Medio Oriente.    

 

Por algo más de dos décadas, Ecks, que tiene docenas de firmas, stickers y piezas, repartidas por toda la ciudad, ha atestiguado los cambios estructurales que ha tenido la práctica del grafiti en la ciudad de Bogotá. Al ser uno de los pioneros del movimiento de la pintura callejera local, vio convertir a la otrora práctica marginada y perseguida por las fuerzas policiales y gran parte de la ciudadanía, en el nuevo valor reputacional y patrimonio turístico de la ciudad.  El grafiti es ahora  uno de los paisajes irreemplazables de Bogotá. 

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word 

artista urbano

Durante la última década y media, Bogotá se ha convertido en un escenario aleatorio y caótico en donde el grafiti surge como un detonante de comunicación y diálogo entre sus casi diez millones de habitantes. Word, también conocido como Cazdos, testigo y protagonista de esta transformación, aunque es maestro en Artes Plásticas (Fine Arts) de la Universidad de los Andes, realizó sus ejercicios preliminares en la pintura escribiendo grafitis en Bogotá. Siendo adolescente, aprendió de primera mano de sus colegas Ecks y Yurika, a leer, transitar y transformar la ciudad inscribiendo la firma de su seudónimo, de forma frenética, en la calle. Bogotá todo el día. Y toda la noche.

 

Word se ha entregado de lleno a la investigación cerrera del grafiti como un fenómeno inaprensible y voluble en la ciudad. Como investigador, ha desarrollado espacios virtuales y fisicos de difusión como la ya extinta -pero relevante- revista especializada en graffiti Objetivo Fanzine. Su gusto por la indagación también ha quedado manifiesto en varias investigaciones académicas, exposiciones colectivas y proyectos curatoriales, que versan acerca de las tensiones presentes entre el arte y la ciudad.

 

Word es un especialista en tejer las costuras que unen a la historia urbana con las artes plásticas. Su trabajo se ha centrado en desarrollar problemáticas que cuestionan los usos del espacio público; las tensiones de las relaciones humanas en la ciudad y; el graffiti, como  acto performático en acción. La práctica del arte callejero le ha servido de prótesis a este artista para encarnar múltiples diálogos, ejercicios y mapeos en el espacio público que se han reflejados en murales, tanto en zonas deprimidas de Colombia como el barrio Orquídeas de Agua Blanca, en el suroeste de Colombia como también en el pirotécnico y espectacular  sector de Wynwood en la ciudad de Miami. 

 

Para el artista, los ejercicios frágiles, transitorios y efímeros aprendidos en la calle, han sido insumos importantes como orientación y motivo de la mayoría de sus trabajos personales de estudio, en donde trabaja la pintura, el dibujo y las instalaciones In-situ. En sus ejercicios  de pintura seriados como Fronteras y Fronteras 2, explora el acero inflexible como soporte rígido que negocia su naturaleza estática cuando entra en contacto con la pintura abstracta: concibiendo escenarios de mareas ataviadas, tardes o amaneceres sabaneros, que en cualquier caso, buscan capturar la fragilidad momentánea de la luz, así como los rastros humanos en la ciudad (monumentos instantáneos inobservados por la mayoría). 

 

Cazdos es un creador que interpreta la realidad sin la excusa de intentar encontrar respuestas: la máxima más potente -y fértil- de la contemplación humana.  

YURIKA

artista urbano

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La responsabilidad inevitable de un artista es trazar puentes entre dos mundos que permanecen -inexplicablemente- separados. Siendo un adolescente en la cruda Bogotá de los años noventa, Yurika encontró refugio en los sonidos toscos y contundentes del hardcore. Al finalizar cada concierto o fiesta, regresaba a su casa y observaba con curiosidad e interés la presencia intermitente de grafitis que emulaban el estilo Wild Style, incubado, décadas atrás, en la costa este norteamericana. Su naturaleza salvaje y provocadora, de la que fue testigo,  se le hizo inevitable. Bastaron un par de meses para que los trazos del artista -en vísperas- empezaran a aparecer por todo la ciudad. Luego de merodear por años diferentes sonidos y músicas, un regreso sorpresivo a su gusto y afición por los ritmos autóctonos colombianos, hizo posible el encuentro inesperado que marcaría, en adelante, su carrera: la cumbia y el grafiti.

La cumbia, el extraordinario género musical que comprende y amalgama los ritmos ancestrales que atraviesan la región Caribe colombiana (hijos de las intersecciones culturales que trajo el descubrimiento, conquista y colonización de América) con sus percusiones vibrantes y anécdotas convertidas en verso, se convirtieron para Yurika en una cartografía que determinaría su obra pictórica; una deriva personal e íntima a la que el artista ha denominado “Cumbigenismo”. 

 

Quizás fue su decisión de pintar una María Mulata (un ave mitológica castigada en su colorido por su vanidad) en el epicentro histórico de Cartagena en el año 2013, la que despertó esa necesidad de comprender el ejercicio artístico a partir de los ritmos de cumbias y de las raíces mestizas de la Colombia. A manera de augurio dedicó esta creación mural, que se funde con la arquitectura colonial de la ciudad, a su hija recién nacida: Cielo Celeste. La imagen del pájaro fantástico se convertiría en un lugar de peregrinaje para todos aquellos que se sintieran atraídos por la vertiginosidad del color y las formas en la obra. El mural, de plumas encendidas y anhelante vuelo, parece sembrar una dentellada colorida en el inquietante relato conservador de una ciudad legendaria que ha negado por siglos el vientre mixto en el que se gestó: el afrodescendiente y el indígena.  

 

Yurika es un mestizo y por eso su deliberado irrespeto por las formas unitarias y comunes,  la fiereza de su propuesta se hace incluso apreciable en su forma de vestir: camisas, faldas bordadas  y holgados tenis de basquetbolista manchados de pintura, consagran su decisión de ser él mismo. Sin excepciones. Esta puesta en escena, también se refleja en su estilo de pintura, atiborrada de trazos, gestos y colores sobrepuestos, en donde se hacen evidente su llamado a la exuberancia y al ritmo: horizontes sobresaltados que confunden e intrigan la mirada.

 

En plena temporada navideña del año 2019, Yurika alcanzaría un logro inspirador para su carrera y su propuesta profesional, pintando un mural de más de dieciocho pisos en Sao Paulo, Brasil: la imagen de un esbelto gaitero colorido que le susurra vida a la cumbia que toca, descubre con astucia las herencias musicales y representaciones grafiti que el artista reclama en sus obras. La vida como un suceso rítmico y la pintura como una insinuación que seduce; un baile fijo que comprende un movimiento detenido en la memoria.

zas

artista urbana

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Bajo el cielo azul de Marsella, la ciudad mediterránea en que la que habita desde hace cinco años,  Zas recuerda los domingos soleados de Bogotá. Aquellos días en que todas las condiciones estaban dadas para salir a escribir su nombre junto a Yurika, Cazdos y Ecks; los amigos con los que comparte desde hace más de una década un apellido de tres letras: MDC (Mientras Duermen Crew).Fascinada, como ellos, por las posibilidades del estilo en la escritura (writing), se entregaba a la sucesión de firmas y piezas que eran el trofeo de sus andanzas. 

 

Durante estas jornadas, Zas fue consolidando su preferencia por el lado más salvaje del grafiti. Afiliada a la idea romántica de la clandestinidad y el anonimato, por años reconoció la calle como principal originadora y sustento de sus creaciones. Basta dar un breve paseo por el centro de Bogotá, para encontrar firmas y piezas de Zas que se resisten a desaparecer. No obstante, su paso por la Universidad Nacional, y su decisión de estudiar Bellas Artes en Francia, transformaron su aproximación al graffiti, propiciando su exploración en otras formas y estéticas. 

En la actualidad, las piezas de graffiti de Zas siguen apareciendo sin previo aviso, y la calle sigue siendo su lugar de creación más preciado. Sin embargo, sus ejercicios y apuestas han ido más allá de los cánones y dimensiones del graffiti de escritura. Su participación en el célebre mural de El Beso de Los Invisibles, y demás proyectos del colectivo Vértigo Graffiti, han sido la ocasión de explorar nuevos elementos, detalles y relatos, que comprenden el imaginario de la artista en constante reinvención. 

 

Dieciséis años después de su primer graffiti, sería un error pensar que los ánimos de Zas se han apaciguado o que su imperativa personalidad dejó de ser manifiesta. Si bien los días de conquistar las calles de Bogotá han quedado atrás, es la sinceridad que heredó de la práctica del graffiti, el sentimiento primordial que comanda cada una de sus acciones de creación.

pez

artista urbano

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En 1999, las calles de Barcelona empezaban sus madrugadas con peces sonrientes, de ojos redondos, que aparecían en paredes, cortinas de comercios y cerramientos. En compañía de sus amigos, Pez salía a pintar la ciudad que se convertiría, con los años, en cuna de varios artistas de renombre internacional. Sin duda el joven catalán, menudo, generoso y de cola de caballo, tendría un lugar de honor en esta generación de creadores incubados en las ramblas y las estrechas calles de la capital catalana.

 

Al pasar de los años, los peces de Pez aparecerían por todo el mundo y su happy style, su más promisoria creación, sería cada vez más reconocida; ya fuera  en una exposición de sus obras en Japón, en un “mapping” en Wynwood o en la zona industrial de Bogotá. Aunque sus obras han llegado a infinidad de latitudes, no se puede pasar por alto que el el corazón de Pez se divide entre su natal Cataluña y la intensa Bogotá, en donde reside junto a su familia, algo más de seis meses al año. Pez va y viene por el mundo, algo que ya no parece extrañarle y que se ha convertido en su más agitada realidad. En este momento prepara una exhibición personal en los Estados Unidos y el año pasado, celebró los 20 años de su carrera junto a sus célebres amigos del arte urbano en una prestigiosa galería de Londres. 

 

La prolífica obra de Pez, encierra un mensaje profundo y pertinente. Aparte de la delicadeza de sus trazos y acabados y la versatilidad de sus peces, que incluso han decorado la proa de un barco en el Caribe, el Pez pareciera levantar la voz frente a una realidad que premia la sensatez sobre la felicidad de los hombres y la oscuridad sobre el color en las calles. Por fortuna, aún quedan muchas sonrisas para el catalán, mucho color, y muchos amigos. Quizás estos, su más preciado tesoro, aparte de su esposa y sus dos hijos. 

NICOCINQ

fotógrafo y realizador 

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Las ampollas palpitaban en su espalda. El sol iracundo de la bahía de Taganga, llevaba un par de días lastimando la piel del joven fotógrafo. De cuclillas, y sin soltar su Nikon D300s, encuadraba a Ecks mientras este trazaba una línea sobre el barco, atracado en la mitad de la playa. Esa noche, no pudo dormir, el dolor de las quemaduras lo mantuvo despierto. Prendió su cámara,  revisó el material y escogió las mejores fotografías. En la mañana siguiente, de madrugada, debería salir hacia una playa del parque Tayrona, donde haría las fotos de un par de modelos para Doce Nueve; una marca de bikinis grafiti de Vertigo que jamás despegó.

 

La historia de Vértigo ha corrido con la suerte de tener una cámara fotográfica dispuesta a congelar una acción o revelar el gesto de un artista -mientras se encuentra sumergido en su creación-. Esa perspectiva, desde la delicadeza y el compromiso, le ha correspondido, no pocas veces al talentoso Nicolás, el encargado de documentar los descensos y ascensos del equipo; fue el responsable de los primeros videos de Vertigo para la marca Sprite, la foto nocturna de Prisma Afro (el primer mural de gran formato del equipo) y los retratos de las abuelas de Aguablanca que se imprimieron para velar por los jovenes en riesgo de morir por la violencia.

 

Hoy, sin que el paso de los años haya minado su voluntad, es el encargado de filmar y editar los documentales del proyecto siamés de Vértigo Graffiti:la productora audiovisual Los Amateurs. Con seguridad, quedan muchas historias para contar a través de la mirada detenida de Nico: el arrojado fotógrafo de las ampollas en la espalda. La memoria visual de este trasegar. 

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