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El silencio y lo invisible

La palabra en alemán la insinuaron en un episodio del estupendo podcast español “De eso no se habla”, en el que se narra la historia de un cantante antifranquista que en su juventud tuvo una vida secreta y que contaba con una particularidad dolorosa: su padre -quien también tenía una cara oculta- posaba de profesor de música en un colegio mientras era en realidad un líder de las juventudes nazis en España. Una de las últimas preguntas de la entrevistadora, la escritora y documentalista Isabel Cadenas Cañón, al cantante fue devastadora: le inquirió sobre el porqué jamás había increpado a su padre por su pasado aterrador. “Era un pacto mutuo de silencio”, se atrevió a contestar avergonzado.


Por años ha persistido en redes una broma floja que se refiere a que el alemán tiene una palabra para todo. Y al parecer el chiste tiene más de cierto que de cómico. Ese es el caso de “Vergangenheitsbewältigung”, tan larga e imposible, esta expresión se refiere a la necesidad de hacerle frente al pasado y surgió en razón del silencio que atravesó a toda una generación que por años se negó a hablar de lo sucedido luego de que se pusiera fin a la segunda guerra mundial. Por fortuna, dicho periodo de mutismo ante la atrocidad fue superado, obligando a la sociedad alemana a llevar a cabo un proceso de reparación moral y de valores que, entre otras cosas, le permitió dar paso a un proceso de reconciliación y de reparación. Y de esta forma, educar a las próximas generaciones sobre lo sucedido.


Aunque por estos días de delirio y desquiciamiento poco se habla de los efectos terapéuticos de asumir la responsabilidad, la propia y la colectiva, el caso alemán podría ser un buen ejemplo a seguir. De esta manera se rompen los dañinos “pactos de silencio” que atormentan individuos y países por igual y que los obligan a una suerte de sino trágico de ser los mismos siempre. Como esas colonias de hormigas que por un error de orientación terminan dando círculos hasta fallecer de agotamiento. Era Pessoa el que decía que toda tragedia es una ironía del destino, pero se me antoja que dicha ironía y dicho destino, para el caso de las historias que no nos abandonan, pueden quebrarse al dar por terminado el silencio sobre lo sucedido. La formula tal vez por simple parece inalcanzable: nombrar las cosas, nombrar las personas, nombrar las culpas y los errores.


También se me ocurre que existe una relación cómplice entre el silencio y lo invisible. Lo que se calla también termina por ser lo que se deja de ver, o lo que simplemente no se quiere ver. Por esta razón, al igual que en la formula elemental de nombrar, es probable que otra manera de separarse de la desmemoria, que conlleva lo invisible, sea apelar a su antónimo natural: hacer visibles los asuntos, convertirlos en huellas y rastros, encarnarlos con imágenes y color. Lo que de suyo supondría no solo acabar con la forma material de la invisibilidad, su transparencia recurrente, sino también provocar que alguien al quedarse viendo -o al volver a ver- proponga como antídoto que se vuelva a hablar, nombrando; culminando así con la forma trascendental de lo invisible que es el silencio. No podría decir que viene primero, si la palabra o la imagen, pero creo poder anticipar que en estos días en donde no se quiere hablar con el otro, por el desgaste que trae tanto apego por las ideas propias, quizás el proceso de recuperarse y reconciliarse pueda empezar por hacer de los otros una silueta, una pintura o un relato fijado en una pared cualquiera.   




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